Sobre Seguridad, Vigilancia y Dominio

Por Nicolás Del Valle O.
Revista Nº 11, 2007, año 3.

Junto a la Opinión Pública, hemos sido testigos como ha aumentado crecientemente el interés por la «seguridad» en nuestro País. El aumento de violencia, cristalizada en la muerte de un carabinero el 11 de septiembre y la aparición de armamento en poblaciones, provocó el inmediato despliegue de críticas y señalamientos relacionados con la delincuencia y mal manejo del actual gobierno. La seguridad, capitalizada por el discurso de la derecha chilena, se presenta no tanto como la solución a problemas particulares (o «hechos aislados», como diría el vocero de gobierno) relacionados con el manejo de las armas en sectores –mal llamados- populares, sino más bien con la instauración de un orden social en general. La seguridad, formalizada en tácticas y estrategias policiales de corte preventivo, aparece como el líquido capaz de ahogar las grandes llamas de la violencia, delincuencia o –como nos gusta decir ahora- «estallido social». Este razonamiento me parece un tanto equívoco.
Si bien es cierto que las breves líneas esbozadas mas arriba no logran endosarse -y espero no lo hagan- a toda persona que se identifique con «las derechas»; sin embargo, no es menos cierto que existen ciertas opiniones que apuntan en la dirección que trazo. Así mismo vale hacer patente que conceptos como por ejemplo «orden social», «seguridad» y «estallido social», son tan amplios que terminan diluyéndose y vaciándose de significado en el imaginario colectivo (al igual que los «salarios éticos», «diálogos sociales» y «equidad social», articulados por el oficialismo). Las evaluaciones de nivel macro y manejo sustantivo de estadísticas dejan de manifiesto el crecimiento de la delincuencia. Igualmente el incremento de empresas privadas entorno a la «seguridad ciudadana» hace saber que la seguridad es un tema relevante y generador de debate. Ahora, si bien esto es poco discutible, o más bien, espinoso de discutir; lo que me interesa en este caso, es obviar las grandes dificultades y complejidades de tratar esta apreciación general y de nivel macro en la realidad chilena. De hecho, me vuelco a profundizar en la dinámica micro, en una de las posibles implicancias políticas en el ámbito de la vida cotidiana.
La cultura política se ubica entre estos niveles que yo califico como «micro» y «macro». Viene a ser una suerte de pegamento o sustancia que establece una relación de puente entren los niveles de cada una de las personas, nuestra vida cotidiana, y las características generales del sistema. Viene a ser lainternalización del sistema político por parte de las personas de una comunidad, una internacionalización subjetiva. ¿Qué quiero decir con esto? La cultura política viene a ser un entramado no visible materialmente que involucra lo que creen, piensan y sienten las personas, siendo la socialización, la relación entre las personas, el vínculo que extiende.
La seguridad, que apunta al establecimiento de un orden social y público general gobernado por la espada de la sanción, comienza a expandirse mediante distintos mecanismos: el aumento de operaciones policiales, retenes móviles y contingente armado; La proliferación de empresas privadas de seguridad (tanto en lo público como privado); y observación continua de cámaras de televisión. Lentamente el certificar la propia identidad por medio de pasaportes, cédulas y documentos, comienza hacerse necesario. Policías y Guardias de conserjería, universitarios, y comunales. De esta forma la seguridad comienza a reproducirse en distintas formas dentro del día a día, en la cotidianidad. ¿Pero cuál es el problema con esto? ¿Acaso no es óptimo sentirnos seguros de una amenaza externa? ¿No es la seguridad constituida en un orden general la respuesta idónea a la inseguridad? Detrás de la seguridad y la capacidad de constituir un orden social general y permanente, existe cierto poder. El contenido del cómo se ha concebido la seguridad es la idea de Dominio; dominio, en este caso, sobre la cotidianidad. La cultura política comienza a domesticarse y acostumbrarse frente a los destellos de los dispositivos de seguridad. ¿Algunos ejemplos que pueden ilustrar lo que quiero decir? En EEUU un juez federal decidió que colocar un detector GPS en el auto de un sospechoso, el Estado Suizo escucha los teléfonos celulares, la Federación Francesa de Aseguradores pretende en la actualidad acceder a los datos personales y los certificados médicos electrónicos, y el parlamento australiano adoptó leyes que permiten a la policía espiar los correos electrónico.
Los «niveles macros» afectan a los «niveles micro», y así las formas de relacionarse adoptan internamente ese dominio. Siguiendo al filósofo e Historiador Michel Foucault, los mecanismos de dominio se internalizan subjetivamente. Para hacer valer la seguridad que se busca, se mantiene detrás la imagen de la «sanción disciplinadora», que en el caso de la seguridad pública y política se sustenta en el medio específico del Estado: la violencia.
Los dispositivos aplicadores de seguridad, terminan homologando a un Leviatán capaz de imponer el orden. Pero esta vez, un «Leviatán invisible y vigilante» que se ubica en el campo de lo simbólico; en la cultura política. Con esto me refiero a la coacción, es decir, a una amenaza de aplicación de violencia (siendo esta última no necesariamente física). En otras palabras dichos dispositivos vienen a ser, como diría Foucault, un régimen de «biopoder»: un control sobre la producción de la vida humana, pero ya no en espacios cerrados, sino más bien en lugares abiertos y públicos. Sin duda alguna la inseguridad vista desde lo «macro» necesita respuesta desde ese mismo nivel. Pero la seguridad debe ser (nótese, debe ser) tan solo un instrumento, y no para lograr una paz perpetua, sino para garantizar ciertos espacios de autonomía y posibilitadores de prácticas emancipatorias. Pues de lo contrario la transformación de los procesos de socialización podría encaminarnos a una «sociedad del control», muy bien narrada por George Orwell y su vigilante «Gran Hermano»

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