01-05-20… Señor Director:

Por Hanibal Henriot
Revista Nº 11, 2007, año 3.


Después de un estudio bastante acabado del mundo (aunque decir esto es siempre presuntuoso), llegué a la conclusión de que en base al orden social, político y económico existente, la pobreza, la desesperación y la desigualdad lejos de disminuir, no dejarán de crecer. Por tanto, me dispuse a hacer lo único que me pareció útil para terminar con estos males, ni antes ni ahora he vislumbrado otra solución; el terrorismo.


¿Por qué el terrorismo? Porque es la única manera verdaderamente rápida y efectiva de llegar a la anarquía. La concientización de las masas choca con la propaganda de los grandes medios de comunicación que están abocados al adormecimiento del pueblo y a incentivar la mentalidad consumista. Puede que sea cierto que el capitalismo caerá por su propio peso, pero en cuánto tiempo. De continuar como vamos no quedará mundo para gozar de la libertad y la solidaridad humanas. Por esto es imperativo encontrar soluciones rápidas.


Esta, y no otra, es la razón por la cual hace ya varios años comencé este viaje que pronto tocará su fin. Hemos de seguir el destino que llevamos dentro, decía Jorge Luís. Su hermosa afirmación me da fuerzas, mas no me justifica. Somos títeres de una providencia desdibujada e implacable que juega con nosotros a su antojo. En este juego son pocos los que conocen su papel.


La caprichosa suerte o la multiforme desgracia quisieron que conociera el mío en Chile, la tierra que me vio nacer, cuando estudiaba en la Universidad Católica; católica, claro, por la opulencia de su arquitectura y su orgiástico afán de lucro. Fue allí donde tuve mi “epifanía”: ¿Qué ganaba con dar un golpe en Chile, si no es más que un satélite del sistema? El orden internacional no se vería seriamente afectado por un atentado en suelo chileno. Hay que atacar al corazón mismo del sistema, que está, por supuesto, en el corazón del imperio; Estados Unidos. Y aunque, si bien la caída de este gigante no significará la del resto, se aflojará el yugo de las naciones, lo que permitirá que algunas se liberen de la autoridad extranjera. Y tal cosa, estoy convencido, preludiará la liberación definitiva de cualquier forma de autoridad.


Si algo nos enseñaron lo atentados del 9/11, es que, por más invencible que parezca, el imperio es vulnerable. Recuerdo que en el preciso instante en que las negras naves impactaron el World Trade Center, en elaire se oyó el crujir de una máquina a la que le rompen un engranaje. En algunos minutos yo romperé otro.


Mi nombre es Nicolás Smith Ramírez, soy hijo de un ciudadano norteamericano, circunstancia que me permitió adquirir sin problemas la ciudadanía y enlistarme en el ejército. Gracias a mi esfuerzo y aptitudes logré ingresar a la escuela de oficiales de West Point, donde sobresalí por mis conocimientos de estrategia y logística. Después de mi destacada participación en la invasión a Irak, pude volver para ocuparme donde siempre había deseado; el Pentágono.


Ahora arribo a esa parte de toda narración en que las palabras sobran. Esta mañana, cuando llegue a mi despacho accionaré la bomba que hará volar por los aires este edificio maldito. Mientras, en otro despacho más grande, el estado mayor se reunirá para analizar la situación de nuestras bases en Latinoamérica y la amenaza del «bolivarismo». Así no solo destruiré un frío montón de concreto y algunos importantes documentos, sino también a los líderes de esta cofradía de asesinos imperiales.


Quiero declarar, finalmente, que en el tiempo que ha durado mi tarea, si bien no me han faltado las aventuras de una o más de una noche, he huido del amor como el agua huye de los dedos. Puesto que sabía que iba a morir, no quise hacer que ninguna mujer sufriese el dolor de mi intempestiva muerte ni el oprobio de mis actos. Señor jefe de redacción, cuando reciba esta carta probablemente ya se hablará de esto en todo el mundo y miles de voces de desaprobación se alzarán en contra de los autores de tamaña insolencia. Solo le diré esto: yo soy el primero. Otros terminarán esta gran obra; lograremos la anarquía. Será, entonces, cuando encontremos un nuevo camino, y volcando la reflexión sobre nosotros mismos, condenaremos a los sangrientos, heroicos artífices de este cambio, entre los que sin duda estaré yo.

0 comentarios:

Publicar un comentario

opine sobre el tema