Por Gonzalo Olguín Manríquez.
La vida la pasamos en grandes construcciones como casas, calles, colegios o universidades, vamos a todas partes en micro, metro y en algunos casos auto o moto. Así es la vida de cada una de las personas con las que te topas pero nunca conoces, no somos para nada un gran misterio, nos pasamos haciendo las mismas cosas que hacen todos, aunque todos creemos que vamos a la vanguardia. Vivimos atados a un montón de materialidades que hacen de nuestras vidas unas nimiedades, y nos disminuimos peligrosamente a pasos agigantados, dejando de lado nuestro espíritu nativo.
Decir que somos organismos vivos hoy en día parece una falacia, y lo digo por si alguien acaso no recuerda que respiramos, que vivimos, que experimentamos sentimientos, que tenemos un corazón, que nos corre sangre y no un atado de cables por dentro. Los que detestamos el progreso (entiéndase como evolución tecnológica) tenemos una deuda pendiente con la vida, con nuestras propias vidas, o como diría Jack London, los que sentimos ese dominante animal primordial emerger de nuestras propias entrañas, tenemos la obligación de escapar de la sociedad industrial hacia una ruta salvaje. En cada uno de nosotros se encuentra el primitivo linaje fiero, aletargado, esperando escapar de los barrotes contemporáneos, para emanciparse y saborear de una buena vez la verdadera libertad o al menos libar la satisfacción de sentirse libre alguna vez por el mero hecho de recordar que ese espíritu está dentro nuestro.
En 1845 Henry David Thoreau, respondiendo al llamado imperante que sentía desde la naturaleza, decide vivir su vida en los bosques de Walden Pond, haciendo todo lo que necesitaba para vivir con sus propias manos, desde su pequeña casa hasta la siembra y recolección de sus alimentos, y así vivió dos años y dos meses (experiencia relatada en su libro Walden, o mi vida en los bosques), sus palabras posteriores a esta experiencia fueron :”Me fui a los bosques porque quería vivir sin prisa, Quería vivir intensamente y sorberle todo su jugo a la vida, Abandonar todo lo que no era la vida, para no descubrir, en el momento de mi muerte, que no había vivido”.
En cambio nosotros, pasamos la vida entera pensando en como costearnos nuestros gustos y se nos olvida que en las manos tenemos la suficiente potencialidad como para hacer lo que necesitamos. Suena nostálgico hacer las cosas a pulso, con tu propia imaginación, pero creo que es necesario tenerlo en cuenta, porqué recibimos todo en la mano así de fácil, así de aburrido, sin siquiera esforzarnos por obtenerlo y nos estamos perdiendo en eso, nos estamos olvidando de la vida, del sentimiento mágico de vivir, y nos quedamos estáticos, congelados. Sin duda se nos va la vida sentados frente al computador, ya que la estructura de la sociedad, de todos los sistemas dentro de cada ciudad lo demanda, y resulta una locura el salir con otro ser humano por las tardes para disfrutar del trémulo frío que trae consigo el crepúsculo cada día y compartir una tibia conversación, o de vez en cuando aislarse en nuestra voluntaria soledad para alimentar el conocimiento y la imaginación con un libro interesante.
León Tolstoi en felicidad familiar nos dice: “Quería movimiento, no una experiencia sosegada. Quería emoción y peligro, así como la oportunidad de sacrificarme por amor. Me sentía henchido de tanta energía que no podía canalizarla a través de la vida tranquila que llevábamos." Y es cierto, hoy en día es lo mismo, quizás Tolstoi en la actualidad se aburriría el triple de lo que el consideraba en su tiempo, no se sentía a gusto por ser conde y vivir las regalías de la aristocracia. Hoy se sentiría menos que hombre, se sentiría degradado, olvidado y no hubiese experimentado el sentimiento de lo sublime ni de lo lírico, seguramente en estos días sin calor humano no habría publicado ni una guerra y paz, resurrección o Ana Karenina, ni ningún relato hermoso de aquellos a los que estamos acostumbrados.
En su extensa e interesante vida, Henry Thoreau dijo: “en vez de amor, dinero o fama, dame la verdad”. Y la verdad es que no estamos viviendo, no estamos aprovechando el sol que nace cada mañana para llenarnos de satisfacciones, ya no nos maravillan los colores del día, los colores que deberían alegrar nuestras vidas. La llamada de la naturaleza reclama para sí emanciparse de todos estos adornos que nos degradan de manera perversa y volver finalmente a la verdadera vida, la vida libre, la vida radiante y repleta de sonrisas.
La vida la pasamos en grandes construcciones como casas, calles, colegios o universidades, vamos a todas partes en micro, metro y en algunos casos auto o moto. Así es la vida de cada una de las personas con las que te topas pero nunca conoces, no somos para nada un gran misterio, nos pasamos haciendo las mismas cosas que hacen todos, aunque todos creemos que vamos a la vanguardia. Vivimos atados a un montón de materialidades que hacen de nuestras vidas unas nimiedades, y nos disminuimos peligrosamente a pasos agigantados, dejando de lado nuestro espíritu nativo.
Decir que somos organismos vivos hoy en día parece una falacia, y lo digo por si alguien acaso no recuerda que respiramos, que vivimos, que experimentamos sentimientos, que tenemos un corazón, que nos corre sangre y no un atado de cables por dentro. Los que detestamos el progreso (entiéndase como evolución tecnológica) tenemos una deuda pendiente con la vida, con nuestras propias vidas, o como diría Jack London, los que sentimos ese dominante animal primordial emerger de nuestras propias entrañas, tenemos la obligación de escapar de la sociedad industrial hacia una ruta salvaje. En cada uno de nosotros se encuentra el primitivo linaje fiero, aletargado, esperando escapar de los barrotes contemporáneos, para emanciparse y saborear de una buena vez la verdadera libertad o al menos libar la satisfacción de sentirse libre alguna vez por el mero hecho de recordar que ese espíritu está dentro nuestro.
En 1845 Henry David Thoreau, respondiendo al llamado imperante que sentía desde la naturaleza, decide vivir su vida en los bosques de Walden Pond, haciendo todo lo que necesitaba para vivir con sus propias manos, desde su pequeña casa hasta la siembra y recolección de sus alimentos, y así vivió dos años y dos meses (experiencia relatada en su libro Walden, o mi vida en los bosques), sus palabras posteriores a esta experiencia fueron :”Me fui a los bosques porque quería vivir sin prisa, Quería vivir intensamente y sorberle todo su jugo a la vida, Abandonar todo lo que no era la vida, para no descubrir, en el momento de mi muerte, que no había vivido”.
En cambio nosotros, pasamos la vida entera pensando en como costearnos nuestros gustos y se nos olvida que en las manos tenemos la suficiente potencialidad como para hacer lo que necesitamos. Suena nostálgico hacer las cosas a pulso, con tu propia imaginación, pero creo que es necesario tenerlo en cuenta, porqué recibimos todo en la mano así de fácil, así de aburrido, sin siquiera esforzarnos por obtenerlo y nos estamos perdiendo en eso, nos estamos olvidando de la vida, del sentimiento mágico de vivir, y nos quedamos estáticos, congelados. Sin duda se nos va la vida sentados frente al computador, ya que la estructura de la sociedad, de todos los sistemas dentro de cada ciudad lo demanda, y resulta una locura el salir con otro ser humano por las tardes para disfrutar del trémulo frío que trae consigo el crepúsculo cada día y compartir una tibia conversación, o de vez en cuando aislarse en nuestra voluntaria soledad para alimentar el conocimiento y la imaginación con un libro interesante.
León Tolstoi en felicidad familiar nos dice: “Quería movimiento, no una experiencia sosegada. Quería emoción y peligro, así como la oportunidad de sacrificarme por amor. Me sentía henchido de tanta energía que no podía canalizarla a través de la vida tranquila que llevábamos." Y es cierto, hoy en día es lo mismo, quizás Tolstoi en la actualidad se aburriría el triple de lo que el consideraba en su tiempo, no se sentía a gusto por ser conde y vivir las regalías de la aristocracia. Hoy se sentiría menos que hombre, se sentiría degradado, olvidado y no hubiese experimentado el sentimiento de lo sublime ni de lo lírico, seguramente en estos días sin calor humano no habría publicado ni una guerra y paz, resurrección o Ana Karenina, ni ningún relato hermoso de aquellos a los que estamos acostumbrados.
En su extensa e interesante vida, Henry Thoreau dijo: “en vez de amor, dinero o fama, dame la verdad”. Y la verdad es que no estamos viviendo, no estamos aprovechando el sol que nace cada mañana para llenarnos de satisfacciones, ya no nos maravillan los colores del día, los colores que deberían alegrar nuestras vidas. La llamada de la naturaleza reclama para sí emanciparse de todos estos adornos que nos degradan de manera perversa y volver finalmente a la verdadera vida, la vida libre, la vida radiante y repleta de sonrisas.
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