Por Fedrico Zetético.-
En la actualidad ser un «hombre de ideas» se asocia de inmediato a un intelectualismo barnizado con cierto tinte peyorativo. Se comprende como una visión de mundo que afirma la superioridad del entendimiento sobre la actividad. Esto, debido a que nos ubicamos en la época de «lo práctico», donde la teoría queda asumida en un lugar muy cercano a la verborrea o la charlatanería. En efecto, ser intelectual en el mundo de hoy implica estar alejado de lo realmente útil, alejado de la realidad, centrado en el mundo de las ideas.
Lo enunciado en las líneas anteriores suena indiscutible, pero como todo argumento que se muestra indiscutible, tiene ciertas zonas grises que tienden a ser omitidas por los «críticos de la teoría». A mi parecer son éstos los que recaen en lo que ellos mismos critican: una fundamentación acerca de la superioridad de una dimensión por sobre la otra; «lo práctico» por sobre «lo teórico». A mi entender la crítica que subyace de estas posturas entendidas como pragmáticas, caen en un error garrafal: Exageran –muchas veces caricaturizando– la postura de su adversario para luego entrar a increpar. Lo que planteo es que finalmente los ataques que se realizan se dirigen a «caricaturas» formuladas por los mismos increpadores, terminando en un diálogo de sordos entre vivir en el mundo de las ideas versus vivir en el mundo de lo real. Algunas personas se orientan hacía la adoración e idealización del intelectual, añadiéndole etiquetas de distinción, elegancia y supremacía, siendo éstas quienes precisamente superponen las facultades del intelecto por sobre las del actuar. Mientras que por otro lado, aparecen los detractores y caricaturistas del hombre que gusta del Pensar. Si bien ambas posturas me desagradan y las desapruebo, me preocuparé de ésta última, pues es la que me urge, ya que lentamente se ah ido instalando en el sentido común.
No toda persona es un intelectual. El intelecto, a diferencia de la inteligencia, consideraría la capacidad de extraer de la experiencia reflexiones que trasciendan las acciones que se realizan frente a los acontecimientos. En este sentido «la inteligencia» intenta reordenar, manipular, restringir y ajustar; mientras que «el intelecto» critica, examina, imagina, teoriza y contempla. El intelecto figura como un prisma particular de la mente humana. Como diría el ensayista norteamericano Richard Hofstadter en la obra que le otorgaría el Pulitzer: «es el ángulo crítico, creativo y contemplativo de la mente».
Comencemos a dragar un poco. Ciertamente este juicio sobre las pretensiones de los intelectuales acerca de la superioridad de la vida contemplativa sobre la vida activa es correcto en variados casos; sin embargo, creo que no es la característica fundamental, ni menos distintiva, de los intelectuales. Lewis Coser expondría en su obra Hombres de Ideas, el punto de vista de un sociólogo que las ideas no son un instrumento para el intelectual, sino un fin: el intelectual se maravilla con el juego de la mente y con la belleza de ciertos juegos de palabras. Los caracterizaría una curiosidad (pues son seres de espíritus inquietos) pero no una curiosidad a secas, sino una curiosidad ociosa. Los intelectuales vienen a ser quienes hagan cierto «trabajo sucio», el trabajo que en tiempos de otrora le correspondía al bufón. Ahora, en los tiempos de lo práctico, donde jugar en el mundo de las ideas termina siendo algo poco atractivo, de baja utilidad y desdeñable, el intelectual se muestra –al igual que el bufón– en un bajo nivel, pero que al mismo tiempo se le permite mofarse de los poderosos. Eh aquí el punto de inflexión en este artículo.
Los intelectuales no son más que los bufones del mundo contemporáneo. Caldos de cultivo de críticas y reflexiones sobre las ideas. Quienes se toman en serio las ideas, y como tales, caen mal, irritan, sacan de quicio y son considerados graves o muy serios. No obstante si los técnicos, los hombres de la praxis, trataran de ocupar el lugar de los hombres de las ideas probablemente nuestras culturas morirían embalsamadas.
Y como sonaría obvio: Alguien tiene que hacer el «trabajo sucio». La línea de mi argumento estriba en la posición estratégica del intelectual, caracterizado por el juicio de lo público, susceptible de crítica y desapruebo, pero que a la vez se extiende mitigando el anquilosamiento e inmovilidad de las sociedades. «Trabajo sucio» que le da un valor abrumador a los conflictos de las ideas y que les da, a quienes lo ejerce, la calidad de manipuladores de símbolos.
Esta cualidad se comparte con otros hombres de ideas, mediante una misma sensibilidad o estado de conciencia, compartiendo y versando sobre temas comunes. Grupos de intelectuales se han formado a lo largo de la historia, pero en país latinoamericano y en tiempos de la técnica escasean. Sólo puede asociarse a cierto sector pequeño-burgués o de la alta aristocracia. Además un grupo de hombres de ideas, implica un grupo de bufones que incomodan, molestan la paz y tranquilidad de quienes dan todo por sentado y disimulan frente al mundo de las ideas y las palabras. No tendría problemas en aceptar la postura de quien diga que los intelectuales son ciertos personajes pedantes y engreídos. Se dibuja un intelectual que trata de posicionarse en un lugar distinto, como ambicionando tener cierta perspectiva del mundo más «real» o «verdadera». Gran cantidad de intelectuales, sino todos, se muestran como guardadores de ciertos valores e ideas básicas; figuran con cierta sabiduría. Esto es un error. El intelectual no supone gran cantidad de saber, aunque éste le facilite la sagacidad a la hora de reflexionar. Lo que aquí sucede es que el intelectual es parte de cierto secreto caprichoso, propio de él, que se proyecta en su singular juego de lenguaje. De esta forma el intelecto figura como una perspectiva distinta, particular, que dista de conocimientos universales como la verdad.
Este es el «trabajo sucio» del intelectual: ser algunas veces tomado muy enserio, otras muy ligeramente. Como dije el intelecto es un ángulo no un salvoconducto que nos lleve a la verdad. Es una perspectiva que se ve floreciendo diferentemente a, por ejemplo, la inteligencia de la técnica o a la capacidad de actuar en los pasillos del Poder. Ninguna dimensión se sitúa por sobre la otra (incluso aunque muchas veces se entremezclen, flirteen y coqueteen). Prismas diferentes retienen una fotografía distinta, entonces ¿Cuál es la fotografía más fiel a «lo fotografiado»?
En la contemporaneidad, los intelectuales escasean por dos motivos; primero por el avance del sentido común articulado en base a la relevancia de «lo práctico» por sobre «lo teórico», siendo criticados por su poca utilidad y testarudez; en segundo lugar, por que se ven concentrados allá arriba, en las salas de las élites generando ideas que no bajan de dichos círculos, haciendo de bufones para los poderosos. Sin embargo realizar este trabajo sucio del juego de la mente, de dar y dar vueltas en el mundo de las ideas sólo por deleite, de ser etiquetados, reconocidos y enjuiciados, aparece actualmente como un espacio creativo y deconstructivo de la simple reproducción; en otras palabras, se asoma como un momento de lucha y resistencia.
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