El síntoma del Recinto Penitenciario
Por Gonzalo Guzmán T.
Para muchos el principal problema a desarrollar es la educación, hoy por hoy vivimos tiempos de manifestaciones populares realizadas por todos los estudiantes del país, que buscan mejorar las leyes que rigen el sistema educacional chileno. Una vez leí una consigna que decía: «profesor: ¿reproductor o liberador?», en ella vi la gran interrogante de la función que cumple la educación en todos los niveles de la sociedad, desde el umbral familiar hasta la misma formación académica, pasando por todas las influencias de entorno, sea cual sea éste. En este sentido me he querido acercar a la función que cumple la cárcel en la educación chilena. Algunos dirán, qué tiene ver esto con la formación de las personas. Tomando la sociedad como un conjunto de subjetividades, se puede decir que ésta tiene ciertos síntomas que pueden llegar a determinar algún tipo de enfermedad, es más, podríamos hacer una revista entera tratando de descubrir algunos vestigios acerca de su anómala salud. En este caso –y a propósito– identifico sólo uno de ellos, y es precisamente el sistema carcelario.
La cárcel es el lugar donde viven los no-ciudadanos, los delincuentes, los antisociales, los sicópatas, los violadores, los asesinos, los alcohólicos irresponsables, los estafadores, los narcotraficantes, los parricidas, los femicidas, los que más saben de transacciones comerciales, de evasión de impuestos, los que en definitiva, están privados de libertad por algún hecho que escape del status quo, que escape de la legalidad, que sobrepase el estado de derecho. Es la misma institucionalidad la que se ha encargado de legislar acerca del rol que cumple este sistema, hace algunos años se aprobó, y luego se puso en marcha, la Reforma Procesal Penal, que en términos prácticos sólo vino a modificar el sistema de penalización; a modernizar el proceso de castigo. Pero, ¿Quién, hasta el momento, ha manifestado algún tipo de inquietud en el sentido de provocar modificaciones en la manera de «hacer» cárcel? Se ha cumplido con la modernización que se buscaba, se ha –en el papel, al menos– democratizado la forma en que se eligen los jueces; sin embargo, el rol de rehabilitación social que debiese tener la cárcel se ha pasado por alto. Entonces, ¿Puede una sociedad buscar la igualdad, superar la pobreza, si existe un sector de ella –que podría ser un órgano vital que establezca un síntoma mortal– que no tiene ninguna escapatoria a su enfermedad?
Si regresamos con la educación, la cárcel sería el único establecimiento disciplinario que no puede estar “en paro” o “en toma”, por que el poder soberano, entendiéndose éste en el sentido de dominación, no está capacitado de entender, o más aún, no quiere hacerse cargo, de que existe un sector de la población que pide a gritos, la rehabilitación. Ni siquiera el poder popular, entendiéndose éste en el sentido de resistencia, incluye en sus demandas aquellas consignas que sólo están plasmadas en las celdas frías, oscuras e insalubres. En esta lógica, ¿Existe algún conducto por el cual quienes están privados de libertad manifiesten sus intenciones de mejoras? ¿Existe alguna posibilidad que quienes están dentro de un recinto penitenciario tengan alguna leve sospecha de su realidad? Sólo queda para ellos el sentido de supervivencia, que no es más que seguir reproduciendo el acto que el sistema educacional les ha heredado: delincuencia y resistencia. La acción punitiva en contra del antisocial, sin la base de la rehabilitación, viene a confirmar la tesis que afirma que el poder soberano no puede sustentarse sin una porción de gente que esté privada de libertad. Es la institucionalidad la que promueve la multiplicación de los vicios, es ella la que se auto-ingiere heridas y luego su respectivo medicamento, que no es más que hacer de esto una enfermedad crónica, que sustente su poder vitalicio, sobre la base de la seguridad y el orden. ¿Pero la seguridad y el orden para qué? Si cada vez es el mismo sistema el que va reproduciendo sus bacterias y hongos, y va aportando con más especimenes que incrementan este sector marginado.
Con todo, además, podemos encontrar grandes paradojas que ocultan el verdadero deseo institucional, y que más bien muestran fallas en el control sobre los que comenten actos delictivos. Es cada vez más común la sensación de inseguridad ciudadana, la sensación del ciudadano común y corriente de sentirse invadido por los “poblacionales” en todos los sectores de la urbe. Por eso, ¿Se está atacando bien el problema de la seguridad y el orden? ¿Sirve la seguridad y el orden, si es que se cumpliera, si no se quiere mejorar la matriz de la enfermedad? Pareciera que existe la intención de reproducir. El Estado ejerce su legítima violencia en contra de este sector que desde su génesis vive violentamente, que por coincidencia es el sector más desposeído socioeconómica y culturalmente, que encuentra más una multiplicación de su pobreza que una corrección o liberación, que de pronto no encuentra otras alternativas que delinquir, lo que se convierte en una de sus tantas manifestaciones de miseria, sumida y ramificada, tan involuntaria como innecesaria, y que hace del mismo sistema, algo vulnerable, paradójico y destructible…(Esto último, tema para otra discusión).
Por Gonzalo Guzmán T.
Para muchos el principal problema a desarrollar es la educación, hoy por hoy vivimos tiempos de manifestaciones populares realizadas por todos los estudiantes del país, que buscan mejorar las leyes que rigen el sistema educacional chileno. Una vez leí una consigna que decía: «profesor: ¿reproductor o liberador?», en ella vi la gran interrogante de la función que cumple la educación en todos los niveles de la sociedad, desde el umbral familiar hasta la misma formación académica, pasando por todas las influencias de entorno, sea cual sea éste. En este sentido me he querido acercar a la función que cumple la cárcel en la educación chilena. Algunos dirán, qué tiene ver esto con la formación de las personas. Tomando la sociedad como un conjunto de subjetividades, se puede decir que ésta tiene ciertos síntomas que pueden llegar a determinar algún tipo de enfermedad, es más, podríamos hacer una revista entera tratando de descubrir algunos vestigios acerca de su anómala salud. En este caso –y a propósito– identifico sólo uno de ellos, y es precisamente el sistema carcelario.
La cárcel es el lugar donde viven los no-ciudadanos, los delincuentes, los antisociales, los sicópatas, los violadores, los asesinos, los alcohólicos irresponsables, los estafadores, los narcotraficantes, los parricidas, los femicidas, los que más saben de transacciones comerciales, de evasión de impuestos, los que en definitiva, están privados de libertad por algún hecho que escape del status quo, que escape de la legalidad, que sobrepase el estado de derecho. Es la misma institucionalidad la que se ha encargado de legislar acerca del rol que cumple este sistema, hace algunos años se aprobó, y luego se puso en marcha, la Reforma Procesal Penal, que en términos prácticos sólo vino a modificar el sistema de penalización; a modernizar el proceso de castigo. Pero, ¿Quién, hasta el momento, ha manifestado algún tipo de inquietud en el sentido de provocar modificaciones en la manera de «hacer» cárcel? Se ha cumplido con la modernización que se buscaba, se ha –en el papel, al menos– democratizado la forma en que se eligen los jueces; sin embargo, el rol de rehabilitación social que debiese tener la cárcel se ha pasado por alto. Entonces, ¿Puede una sociedad buscar la igualdad, superar la pobreza, si existe un sector de ella –que podría ser un órgano vital que establezca un síntoma mortal– que no tiene ninguna escapatoria a su enfermedad?
Si regresamos con la educación, la cárcel sería el único establecimiento disciplinario que no puede estar “en paro” o “en toma”, por que el poder soberano, entendiéndose éste en el sentido de dominación, no está capacitado de entender, o más aún, no quiere hacerse cargo, de que existe un sector de la población que pide a gritos, la rehabilitación. Ni siquiera el poder popular, entendiéndose éste en el sentido de resistencia, incluye en sus demandas aquellas consignas que sólo están plasmadas en las celdas frías, oscuras e insalubres. En esta lógica, ¿Existe algún conducto por el cual quienes están privados de libertad manifiesten sus intenciones de mejoras? ¿Existe alguna posibilidad que quienes están dentro de un recinto penitenciario tengan alguna leve sospecha de su realidad? Sólo queda para ellos el sentido de supervivencia, que no es más que seguir reproduciendo el acto que el sistema educacional les ha heredado: delincuencia y resistencia. La acción punitiva en contra del antisocial, sin la base de la rehabilitación, viene a confirmar la tesis que afirma que el poder soberano no puede sustentarse sin una porción de gente que esté privada de libertad. Es la institucionalidad la que promueve la multiplicación de los vicios, es ella la que se auto-ingiere heridas y luego su respectivo medicamento, que no es más que hacer de esto una enfermedad crónica, que sustente su poder vitalicio, sobre la base de la seguridad y el orden. ¿Pero la seguridad y el orden para qué? Si cada vez es el mismo sistema el que va reproduciendo sus bacterias y hongos, y va aportando con más especimenes que incrementan este sector marginado.
Con todo, además, podemos encontrar grandes paradojas que ocultan el verdadero deseo institucional, y que más bien muestran fallas en el control sobre los que comenten actos delictivos. Es cada vez más común la sensación de inseguridad ciudadana, la sensación del ciudadano común y corriente de sentirse invadido por los “poblacionales” en todos los sectores de la urbe. Por eso, ¿Se está atacando bien el problema de la seguridad y el orden? ¿Sirve la seguridad y el orden, si es que se cumpliera, si no se quiere mejorar la matriz de la enfermedad? Pareciera que existe la intención de reproducir. El Estado ejerce su legítima violencia en contra de este sector que desde su génesis vive violentamente, que por coincidencia es el sector más desposeído socioeconómica y culturalmente, que encuentra más una multiplicación de su pobreza que una corrección o liberación, que de pronto no encuentra otras alternativas que delinquir, lo que se convierte en una de sus tantas manifestaciones de miseria, sumida y ramificada, tan involuntaria como innecesaria, y que hace del mismo sistema, algo vulnerable, paradójico y destructible…(Esto último, tema para otra discusión).
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